Son las ocho menos cinco de la tarde, salgo al quicio de la puerta de mi casa para fumar. Una leve tos después de la primera calada. No me alarmo, a mí me matará el puto tabaco antes que el virus. Una breve mirada al pequeño parque precintado situado enfrente me retrotrae al mes de agosto.
Como cada mañana de los últimos veranos, he bajado hasta la coqueta piscina de la “urba”, los escasos usuarios que hacemos uso de la misma podríamos cohabitar en ella durante los próximos tres lustros sin llegar a contagiarnos. Me sumerjo en el libro que me acompaña y solo el ocasional chapoteo de alguno de mis vecinos espantando el calor, rompe la concentración en la que estoy sumido. Súbitamente, una especie de aullidos intermitentes: “Uuuuuuuuuuuuuuhhhh” “Uuuuuuuuuuuhhh”, redirigen mi atención al emisor. Un niño de unos ocho años corre alrededor del perímetro de la piscina. Ocasionalmente se inclina para observar la superficie del agua para, segundos más tarde, reiniciar su carrera y continuar con los aullidos: “Uuuuuuuuhhh”, “Uuuuuuhhh”. A unos pocos metros de distancia, una joven madre, en la que habita una profunda tristeza, vigila la carrera intermitente. No hablan, no interactúan. El niño solo corre y aúlla, la madre vigila.
Esa misma tarde desde la terraza del jardín de casa, desde la que tengo una vista parcial de la piscina, los mismos aullidos de la mañana reclaman mi atención. En las tardes la piscina suele estar algo más animada y grupos de niños y adolescentes la toman por asalto. El niño lobo no juega con los demás, tampoco habla con ellos. Corre y aúlla, corre y aúlla…
La escena se repetirá cada día hasta que el verano languidece. Más tarde, ocasionalmente veo al mismo niño en ese parque que tengo enfrente. La arena sustituye al agua como paisaje de su ensimismamiento, pero el resto del ritual permanece inalterable: Corre y aúlla, corre y aúlla…
Son las ocho y los vecinos comienzan a aplaudir, uno de ellos ha sacado un altavoz por el que suena a todo volumen “Resistiré” del Dúo Dinámico. Creo que esta escena ya la he visto en la tele. Caigo en la cuenta de que desde que comenzó el encierro no he vuelto a escuchar los aullidos del niño lobo.