Mirando al televisor, me enteraba perplejamente de que el Presidente decretaba el Estado de Alarma producto del estado de pandemia mundial que vivíamos, limitando la libre circulación de personas por pueblos y ciudades. Inmediatamente me di cuenta de que no había traído del club cultural, un libro que me hacía falta para un artículo de la revista local. Apresuradamente salí con mi coche camino de la sede del Club de Amigos del Patrimonio Carpetano, que era como se llamaba, transitando por calles inhóspitas que me transmitían desazón y un cierto estrés. La sede se encontraba situada en un callejón de un barrio afectado por la despoblación. Salí de inmediato del coche, abrí la puerta del local y me dirigí a la habitación de juntas, tras de mí se oyó el sonido seco del cierre de la puerta. Cogí el libro y de forma frenética me dirigí hacia la entrada. Introduje la llave y un latigazo de ansiedad me golpeo el estómago al comprobar que la llave no giraba y me impedía abrir la puerta. Simultáneamente recordé angustiado, que en el vertiginoso transcurrir de estos días, me había olvidado de llamar al cerrajero para que cambiara el bombín de la cerradura. Como un resorte mis manos se dirigieron a los bolsillos dejando caer el libro que sujetaba, con el objetivo de localizar el móvil, que por la premura de la situación había dejado olvidado en el coche. Los intentos por abrir la cerradura resultaban infructuosos, la llave no giraba, mi agonía crecía por momentos. El local solo disponía de una ventana con reja que daba al intransitado y aislado callejón, cuyos vecinos más cercanos de calles aledañas, eran residentes de fin de semana provenientes de Madrid…. Era inútil, el coronavirus se había apoderado de mí.
Inverosimilitud verosímil
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