Jueves, Diciembre 05, 2024

b_280_300_16777215_0_0_images_fotos_teatro_Menina1.jpgSobre un enorme lienzo blanco, se dibuja con trazos gruesos el hostigamiento de quien se desvía del canon restrictivo acordado como normalidad. Una pintura con la que Proyecto Cultura, en la cuarta representación del corraleño Festival de Teatro en Otoño, se mete en un cuadro de Velázquez para mostrar la reacción de una chica contra el acoso sistémico que sufre ella y las personas con dimensiones diferentes.

María Bárbola es esa señora de proporciones amplias y corta estatura que aparece en el cuadro Las meninas, detrás del mastín. La señora que un día fue arrancada del lienzo por la crueldad de unas alumnas para trasladar esa imagen a la compañera con más volumen de la clase. A la chica no le gustó el apelativo, pero al final cogió el mote que le asignaron, lo adoptó como marca de su identidad y lo arrojó orgullosa a todas las bromas que recibía: pues claro que sí, dijo, Menina. Soy una puta obra de Velázquez. 

Esta es la obra donde la actriz Nuqui Fernández, dirigida por Pedro Luis López Bellot, desgrana entre claroscuros las contradicciones y miedos de un personaje en conflicto con su entorno. Nuqui se sumerge dentro del personaje en una especie de terapia que lo va liberando a medida que se despoja de sus encorsetadas vestiduras, hasta asumir y sentirse cómodo en su realidad. La actriz defiende el monólogo con nota alta, una interpretación llena de matices, cambios de tono, juego de voces para desdoblarse en distintos personajes y largas pausas reflexivas.

El escenario es simple, un lienzo en blanco que se va bañando de luces, sombras y músicas, donde la protagonista proyecta sus interrogantes, donde se enfrenta a su realidad, a sus cicatrices, al ideal de prototipo con el que sueña, a sus reiterados fracasos por adaptarse a la norma. El lienzo va girando, y cada giro muestra un ángulo diferente desde el que valorar la cuestión, un nuevo estadio de la evolución del problema.

Menina. Soy una puta obra de Velázquez nos pone frente a la cruda realidad del acoso que sufren personas por ser distintas a los patrones asumidos como ideales y la angustia de quien se ve diferente. Una recreación teatral que, sin embargo, deja un punto de esperanza: aislarse de todo, volver a mirar la imagen del cuadro, ampliar el foco y volar sintiendo que la belleza está en la diversidad, y asumir la propia realidad personal, como esa chica que se convence de que su cuerpo no necesita la opinión de los demás.

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