Viernes, Marzo 29, 2024

b_280_300_16777215_00_images_fotos_colaboraciones_papillon.pngTecleas “Papillon” en Google, y el ínclito buscador de contenidos te devuelve 74.300.000 resultados en 0,68 segundos. Dices voz en alta “Papillon” en cualquiera de las barras de bar corraleñas donde la edad de la audiencia supere la cuarentena, y las anécdotas llueven torrenciales regando el huerto de nuestra memoria. Y es que, salvo honrosas excepciones, todos los corraleños1 nacidos durante las décadas 50, 60 y 70 pasamos alguna vez por Papillon. Le somos, por tanto, deudores de nuestra educación musical y sentimental durante aquellos años donde la sexualidad no era materia lectiva (mucho menos tema de conversación en nuestros hogares) y la inmensa mayoría de las músicas programadas por la radio y televisión de la época seguían las pautas de las discográficas españolas empeñadas en vendernos productos ya obsoletos para las nuevas generaciones.

Papillon, como todos los estudiantes sabíamos en aquellos años, significa mariposa en francés (el Francés era nuestra lengua extranjera y la mecanografía la actividad extraescolar preferida, el dominio de ambas habilidades nos aseguraría un lugar preeminente en la sociedad futura, a decir de nuestros preocupados progenitores). También es el título de una famosa película protagonizada por Steve McQueen y Dustin Hoffman basada en el best-seller homónimo escrito por Henri Charriere, ambas obras fueros muy exitosas en los primeros años de la década de los setenta. La historia, que dejaba en evidencia el sistema carcelario francés, narraba los persistentes intentos del protagonista por escapar de una cárcel en la Guayana Francesa y alcanzar por fin la soñada libertad.

Le somos deudores de nuestra educación musical y sentimental

Y aquí la bonita metáfora, el asqueroso gusano que deviene en el bello insecto alado. Los años oscuros de aquella España gris tocaban a su fin (Franco, al que ya le asomaba la muerte, acababa de nombrar el que sería su último gobierno) y en su lugar emergía una España vitalista llena de colorines. Los jóvenes corraleños de la época ya estaban listos para abandonar las tonalidades grisáceas que les envolvían, tan solo necesitaban un templo donde acampar lejos de las miradas reprobadoras de sus mayores.

No creo que Salvador2, uno de los hosteleros más exitosos de la Villa, estuviera pensando en ninguna metáfora acerca de las mariposas y la libertad a la hora de bautizar su flamante discoteca (el nombre, a sugerencia de sus hijos, ya se había decidido tomando como referencia el título de la película mencionada anteriormente). En cualquier caso, fue el primero en ver un boyante negocio en la entrega al hedonismo de una ingente multitud de jóvenes, que buscaban interactuar entre ellos sin intermediarios. Primero habría que pagar una entrada que disuadiera a los mayores de una vigilancia gratuita, más tarde, entregados al baile moderno en aquella suerte de catarsis espasmódica, los jóvenes sudarían, ergo tendrían sed que habría que mitigar. Las parejas ya establecidas, ocuparían las zonas deliberadamente oscuras donde iban a soportar los rigores del acaloramiento. Por último, aquellos que opositaban a algo más que amigos, tendrían su espacio mecidos por músicas insinuantes de las que no se necesitaba cátedra para bailar, tan solo acercar los cuerpos tanto como permitido e intentar pequeños giros siguiendo la cadencia melódica, si la cosa funcionaba, optarían a la zona del punto anterior con los consabidos efectos térmicos. Una barra bien surtida, aplacaría la sed de tanto sofoco.

La Papillon abrió sus puertas el 18 de marzo de 1975

El edificio de la discoteca, incluyendo cuatro grandes apartamentos en la planta superior, se construyó en la calle Alféreces Provisionales con un costo de 4.900.000 pesetas (30.600 euros aproximadamente). La decoración integral, incluyendo un espectacular equipo de luces y sonido que nada tenía que envidiar a los instalados en las mejores boites capitalinas, costó otro tanto.

Para franquear la entrada y previo paso por taquilla, había que sortear la mirada inquisitiva de los dos porteros que en sus inicios se alternaban (míticos Jesús el Pájaro y Aguedico el del butano, más tarde sustituidos por el también mítico Agustín Zenón) que incluso se vieron vestidos de librea y gorra de plato como traje de faena durante un corto periodo de tiempo. Dado que el “se me ha olvidado” no servía para aquellos que no alcanzaban la edad reglamentaria de acceso, pronto surgiría un festival de ingenio en la falsificación de cualquier tipo de documento que les pudiera acreditar como mayores, ante tan duro filtro.

Una vez superada la puerta y sorteando dos pesados cortinones de terciopelo rojo, se accedía a la sala: A la derecha, salvando unos escalones y separada por un muro con diversas y caprichosas oquedades que permitían curiosear el resto de la sala, quedaba la inmensa barra atendida por cinco camareros y supervisada desde una esquina por el mismísimo Salvador. Unos metros adelante bajabas un escalón y ya estabas inmerso en la pista de baile, su perímetro en forma de doble lóbulo, quedaba delimitado por una cortina de luces. Las cúpulas superiores de cada lóbulo soportaban el resto de luces de colores giratorias que, junto con los flashes estroboscópicos y las máquinas de humo, completaban el efecto de baile lunar para los intrépidos danzarines. La omnipresente bola de espejos multiplicaba sus coloridas y luminosas partículas para los torpes escarceos de los más acaramelados. Frente a la pista de baile, elevada y suspendida, se ubicaba la cabina del pinchadiscos, donde oficiaba el sacerdote del nuevo templo. Por el resto de la sala diversos y coquetos rincones bordeados de sofás tapizados de terciopelo rojo y conectados por huecos elípticos con jardineras (que alojaban el tenue alumbrado multicolor) servían tanto para el solaz y esparcimiento de parejas consolidadas como lugar de conciliábulo para pandillas de chicos/chicas (normalmente segregados por género), antes o después de asaltar la pista de baile.

La omnipresente bola de espejos multiplicaba sus coloridas y luminosas partículas para los torpes escarceos de los más acaramelados.

En un principio solo había sesiones de discoteca los sábados, domingos3 y días festivos. Estas comenzaban a las 6 de la tarde y concluían en torno a las 10 de la noche. Al cabo de los dos primeros años, los Sábados y Vísperas de Festivos incluirían una segunda sesión nocturna que se extendía hasta aproximadamente las 3 de la madrugada. Los viernes empezaron a contar con su propia sesión vespertina.

El éxito de la apertura fue abrumador. Éxito que fue in crescendo los primeros años y duraría durante toda su existencia, si salvamos los últimos años de decadencia donde el ocio juvenil buscaba nuevas fórmulas.

En los primeros años, uno de los tejidos productivos más importantes de la economía de Corral,estaba focalizado en los diversos talleres de costura que empleaban a cientos de corraleñas. Así pues: Muchas chicas independientes y con dinero + Música a la última, más allá de las radiofórmulas + Local fantástico, mezclaban en un cóctel irresistible. La fama de Papillon transcendió de lo local y pasó a ser el club de referencia de la comarca. Lugar de preeminencia que mantendría durante muchos años.

Adentrada la década de los 80, los horarios de apertura y cierre cambiarían drásticamente. A mediados de esta década Papillon sufría su primera gran transformación, los rincones oscuros perdían relevancia, nuevos y modernos equipos de iluminación y sonido vinieron a sustituir a los instalados, la cabina del pinchadiscos dejaba de ser suspendida y abierta y la barra, totalmente remozada quedaba abierta al resto de la sala sin el antiguo muro agujereado e incorpora un pequeño cubículo de venta de tiques para las consumiciones.

Un nuevo hito para Papillon fue la incorporación a sus instalaciones de la pista de verano, pensada inicialmente como desahogo parcial de la normalmente atestada sala, pronto se convertiría en la estrella de la temporada estival. Coronada por la cabina del camión de reparto del butano, reciclada en flamante cabina de pinchadiscos, soportó actividades como pases de modelos y conciertos de bandas emergentes que venían a complementar la habitual oferta baile y copas.

Los concursos de disfraces durante los carnavales constituyeron uno de los eventos más esperados del año a lo largo de la vida de Papillon. Salvo el colgado de peleles en contadas calles y algún que otro anecdótico disfraz de máscara, los carnavales prácticamente habían desaparecido de la vida de los corraleños. El vistoso pasacalle de hoy en día tiene mucho que ver con la recuperación iniciada en aquellos concursos.

La segunda mitad de la década de los 90 marcó la decadencia de la sala, aún con algún repunte de éxito ocasional normalmente asociado a alguna actividad paralela.

En un reciente viaje por Egipto, buscando dónde aplacar la sed después de un día ajetreado, el recepcionista del hotel Sheraton Al Matar, en El Cairo, encaminó mis pasos hacia una discoteca que incluían dentro de sus instalaciones. Mi sorpresa y mi nostalgia se dispararon después de leer el neón que la anunciaba: ”Discotheque Papillon”. Se me ocurrió que en un país donde burkas y hiyab son moneda común, se podría estar gestando una bonita metáfora.

 

1. Para el eterno femenino, disculpar el tono masculino plural del artículo que por supuesto os incluye a todas. Ocurre, que no soporto el ambiguo y moderno @ para incluir a los dos géneros. Tampoco el políticamente correcto, “corraleños y corraleñas”, chicos y chicas etc...
2. Salvador, ya tenía experiencia previa en el trato con la juventud corraleña, en ese tiempo regentaba un hostal y salones para bodas y eventos que también se utilizaban para tardes de baile con orquesta.
3. Los domingos dos sesiones.

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