b_280_300_16777215_00_images_fotos_viajes__MG_4569.jpgLas previsiones metereológicas para el 12 de octubre se hicieron realidad, y lo primero con lo que se encontraron los corraleños que llegaron Lisboa, al bajar del autobús, fue un pequeño hormiguero de avispados cazaturistas vendiendo paraguas para resguardarse de la fina e intensa lluvia que empapaba la ciudad.

 

Tras una noche de mal dormir, la primera parada es la visita automatizada a la pastelería especializada en elaborar el dulce más típico de la ciudad: los Pateis de Belém, unos pasteles que al tenerlos como marca registrada en el resto de Lisboa se conocen como Pasteis de nata. Después del dulce bocado y un entonador café, el periplo continúa bajo los paraguas hasta el Monasterio de los Jerónimos, donde el grupo se introduce compactado en una avalancha de personas que avanzan apretadas junto a las paredes oscuras en torno a la bancada de la catedral, intentando oír entre interferencias las explicaciones que la guía se esfuerza en transmitir.

Cuando el edificio de estilo manuelino construido en el siglo XVI, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1983, queda guardado en multitud de teléfonos y cámaras fotográficas, el grupo se dirige a toda prisa, sin abandonar el paraguas, hacia el autobús, ya que el horario programado ha empezado de descuadrarse. Por eso se queda atrás la emblemática Torre de Belém y el monumento a los Descubridores, construido en los años 50 para conmemorar el quinto centenario de la muerte de Enrique el Navegante, desde donde se contempla la impresionante panorámica del puente 25 de Abril en todo su esplendor.

Partiendo de la plaza del Comercio, paraguas en mano, el grupo se dirige hacia la iglesia más antigua de la ciudad, construida en el siglo XII, por empinadas y estrechas calles, realiza una rápida visita al templo y continúa por el barrio de Alfama hasta el castillo de San Jorge, en la parte más alta. Allí los miradores se asoman a la parte baja ciudad, empapada y envuelta en una intermitente neblina que por momentos deja ver con claridad y permite tomar fotografías de grupos con el paisaje de Lisboa como telón de fondo.

El agotamiento y el hambre empiezan a apoderarse del grupo. Se utilizan dos ascensores para llegar a parte baja y ya sin paraguas caminan hasta estación de metro para ir al restaurante donde se han contratado las comidas para las 105 personas del viaje de otoño organizado por la Asociación Cultural. Una vez terminada la comida y aprendido el manejo del metro llegan al hotel para, por fin, instalarse y reponerse del cansancio de la noche y el estrés de la mañana.

b_280_300_16777215_00_images_fotos_viajes__MG_4575.jpgb_280_300_16777215_00_images_fotos_viajes__MG_4591.jpgb_280_300_16777215_00_images_fotos_viajes__MG_4607.jpgb_280_300_16777215_00_images_fotos_viajes__MG_4617.jpgb_280_300_16777215_00_images_fotos_viajes__MG_4631.jpgb_280_300_16777215_00_images_fotos_viajes__MG_4653.jpg

A última hora de la tarde, el grupo se esparce ya que no hay ninguna actividad programada. La mayoría acaba en la Baixa, el barrio de la parte baja de Lisboa donde se concentra la mayor actividad turística, por sus calles y plazas espectaculares construidas después del terremoto que destruyó la ciudad en 1755, y alfombradas con mosaicos de piedras calizas recicladas de los escombros del seísmo.

Para prolongar la noche, una alternativa fue llegar hasta el Barrio Alto, uno de los principales centros de ocio nocturno de la ciudad, con ambiente bohemio y conciertos de música en directo. Hasta allí se llega por el Elevador de Santa Justa, tras esperar el turno de una lenta cola y pagar el ticket, o caminando durante unos minutos por una cuesta no muy empinada y flanqueada de comercios y edificios majestuosos.

El domingo amaneció con intención de ofrecer una ligera mejoría. Después de una media hora de viaje, con unas indicaciones socioculturales sobre Portugal de la guía turística, la ciudad de Sintra, aunque con un día más claro que el anterior, recibe al grupo con una fina y molesta lluvia que lo empuja a guarecerse en los soportales del Palacio Nacional. Allí espera amontonado el turno de visita hasta que finalmente se introduce por los recovecos que enlazan las diferentes estancias del palacio del siglo XVI de estilo manuelino que perteneció a la familia real.

Como no queda mucho tiempo para el regreso y la meteorología no acompaña, la mayoría rechaza el ofrecimiento de la guía de visitar el palacio de Regaleira, y se quedan, paraguas en mano, caminando por las calles de Sintra, un enclave del Romanticismo para el que se creó la categoría de Paisaje Cultural cuando la ciudad fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1995. El corto paseo solo da para comprar algún recuerdo, probar los dulces típicos, tomar unas fotos y llevarse algún que otro sobresalto al pagar las cervezas.

La tarde queda libre para seguir explorando Lisboa, para descubrir rincones y para encontrar los monumentos que aún faltan por ver. Al final de la noche, la cafetería del hotel se convierte en un improvisado club social ocupado por un numeroso grupo de corraleños que no concibe el hecho de irse a dormir sin haber tomado al menos una copa.

La mañana del último día del viaje amaneció con sol, aunque una fuerte lluvia despidió la excursión después de atravesar el largo puente Vasco de Gama. El resto del día, prisioneros del autobús, transcurrió restando kilómetros a la carretera para llegar, ya de noche, a Corral de Almaguer.b_280_300_16777215_00_images_fotos_viajes__MG_4658.jpg

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